Ciertos olores no solo despiertan recuerdos, también afectan funciones básicas del cuerpo. Estudios en neurociencia y bioquímica confirman que algunas esencias naturales influyen directamente en el bienestar físico y emocional. Las moléculas aromáticas tienen la capacidad de acceder a zonas profundas del cerebro sin pasar por el tálamo, lo que les permite interactuar directamente con regiones clave como la amígdala, el hipocampo y el hipotálamo. El olfato tiene un “acceso privilegiado” a las memorias autobiográficas, lo que explica su impacto en el ánimo, la percepción del dolor y la calidad del descanso. La ciencia ha comenzado a trazar conexiones claras entre ciertos aromas y respuestas fisiológicas concretas, lo que convierte a los aceites esenciales en una herramienta terapéutica con base bioquímica. Las tecnologías de imagen cerebral, como la resonancia magnética funcional, han demostrado que los aromas modulan la actividad neuronal en tiempo real, especialmente en contextos de estrés o insomnio. Entre las esencias estudiadas, la lavanda ocupa un lugar destacado por su capacidad para calmar el sistema nervioso. El efecto calmante de la lavanda no se limita al sueño, también puede ayudar a reducir la ansiedad y a mejorar la capacidad de concentración. El bioquímico señala que el incienso favorece la producción de ondas cerebrales alfa, vinculadas con estados de calma y concentración, mientras que la menta mejora la memoria y la atención. Las respuestas no son esotéricas ni simbólicas, son reacciones neurofisiológicas que surgen del contacto entre las moléculas aromáticas y los receptores olfativos.