Por definición, los caldos son sobre todo agua.
Por ahí no vamos mal, porque el agua no tiene calorías.
Otra cosa es lo que le echamos.
Tradicionalmente, un buen caldo lleva una base de verduras variadas y entre las más habituales están la cebolla, el puerro, la zanahoria, el apio, el ajo y el tomate.
A esto le añadimos restos (o trozos no muy grandes) de carnes y pescados para darle sabor y poder decir que hemos preparado, por ejemplo, un caldo de pollo.
Tras cocer un buen rato todo junto, se cuela.
En general, un caldo casero puede ser un plato saludable y ligero, teniendo en cuenta que casi todo es líquido, que lleva una buena cantidad de verduras (o sólo verduras) y que el resto de los ingredientes se incorporan en una pequeña proporción o se consumen aparte.
No obstante, que lleve más o menos grasa depende de la receta concreta, el tipo de carne que usemos y las cantidades.
Si nos pasamos, hay trucos para desengrasar, como dejar enfriar en la nevera y retirar la capa de grasa que se forma en la superficie.