Primero fue el caldo, luego la sopa y su origen se remonta al Paleolítico.
Un informe de Knorr revela historias y entretelones para conocer cómo nació uno de los platos más versátiles de la mesa argentina.
La historia se remonta al Paleolítico, período en el cual nuestros ancestros comenzaron a sumergir vegetales y trozos de carne en agua caliente.
La adición de diversos ingredientes y de condimentos fue enriqueciendo los sabores y las texturas de los caldos, dando forma a las sopas.
Con el tiempo, las distintas culturas fueron incorporando a la sopa los alimentos que tenían a su disposición, dando lugar a platos arraigados profundamente en la historia culinaria de ciudades, regiones y países.
Existen sí algunos platos que –a veces a modo de anécdota, otras por constituir un jalón en el desarrollo de la gastronomía– son citados a la hora de relatar la historia de la sopa.
Las grandes sopas de la cocina occidental recién harán su aparición a partir del siglo XVI.
Francisco I de Francia gustaba de comer potajes elaborados con carnes de caza, que contenían las piezas enteras, hervidas y muy sazonadas.
De Enrique IV nos llega una sopa de gallina con ternera, cerdo, cebolla, ajo y perejil, mientras que su primera esposa, Margarita de Valois, dio fama a “le potage à la reine”, sopa elaborada con caldo de gallina, carne deshilada, crestas de pollos, pistachos y granada.
Es el Barón Justus von Liebig quien desarrolló caldos sintéticos con un valor nutritivo parecido al de carne y un sabor más agradable.